Por Bismar Galán
Los términos amor y celos son muy recurrentes en la comunicación humana, pero más recurrente resulta la amalgama que sus esencias configuran en el pensamiento de los individuos y específicamente en el ámbito de sus sentimientos. Los celos -como el amor y el desamor- y en dependencia de la intención con que se emplean, son de gran valor en el mantenimiento o deterioro de la cohesión familiar.
El término amor no es
ambivalente, no tiene dobleces, simplemente se ama o no se ama. Pero el término
celos no es igual; este no siempre se esgrime con total conciencia de sus
acepciones y, lo que es peor, no siempre es visto en sus dos perspectivas y
manifestaciones más concretas: como noble sentimiento y como emoción
destructiva. Y aunque los celos son vistos como un complemento del amor, la
verdadera dimensión de este sentimiento está en las consecuencias positivas o
negativas que lleva implícitas.
En el contexto familiar
es perceptible la doble cara de los celos:
concurren el noble sentimiento de cuidado y protección de los seres queridos,
por un lado, y el desenfrenado arrebato de posesión de los sentimientos y
actuaciones de las personas que conviven, por otro. Quien se entrega con amor
al cuidado de individuos que le son cercanos, es celoso. Quien sufre y hace
sufrir con sus incontrolados impulsos de vigilancia y a la vez desconfianza
sobre los demás, también es celoso.
El celo, visto como ese noble
sentimiento, cargado de la agudeza en la atención, del altruismo necesario y
que define al individuo como ser humano, es saludable. Una muestra es el celo de los
padres en el cuidado de sus hijos. Este tipo de celo forma parte del amor filial y se
caracteriza por su aspecto inadvertido: en pocas ocasiones es percibido por
quienes rodean al individuo que así se manifiesta.
Quienes sufren los celos
patológicos, ya
sea por causa justificada o infundada, son vistos desde otra
dimensión. Las razones son muchas: estos individuos reclaman un sacrificio de los demás, hacen una desmedida
defensa de sus pensamientos y pasan a un segundo lugar el valor que tiene la
actuación de la persona amada. Los celosos desean ser amados incondicionalmente,
pero a la vez son egoístas y
desconfiados. Cuando el celo es desconfianza en la actuación de otra persona, se
convierte en un enemigo mortal, en un veneno que se expande y manifiesta en un
sinnúmero de contradicciones, muchas veces traumáticas para la familia y la
sociedad. Los
celosos, quienes generalmente se inventan o erigen un rival en sus relaciones
con otras personas, son llevados a males de carácter superior como el odio, las
enemistades, divorcios, maltratos, suicidios, y hasta homicidios y asesinatos.
La persona celosa teme
por otro que, generalmente sobre la base de su invención mental, puede
sustituirlo en su relación con la persona amada y por tanto manifiesta una
actitud de rechazo, de desprecio hacia ese objeto del celo, quien no siempre lo
sospecha. El individuo que piensa -y como tal reacciona- que su hijo, madre,
novio, esposa... entrega a otra persona el cariño, el amor que le pertenecen,
es realmente un enfermo y como tal debe ser visto, tratado y atendido.
En este caso estamos en
presencia de indescriptibles actos de desconfianza. Y aunque no siempre sea
comprensible, esa desconfianza es inseguridad. Ciertamente es desconfianza,
pero no en la otra persona, sino en sí mismo. Es desconfianza e inseguridad en
el individuo que se manifiesta celoso y por tanto, una muestra inequívoca de
baja autoestima. Este tipo de celo es un “arma de doble filo” pero con la parte
más filosa hacia el interior de quien lo experimenta. Quien siente celos sufre
más que el individuo celado.
Así, si usted sufre este
tipo de celo, siente que esa persona a quien quiere, recibe o puede recibir de
otra -de quien la cela- todo lo que usted no es capaz de entregar. La madre que
piensa que su hijo entrega a su novia o esposa el amor que de él ella
“recibía”, que siente
que ha sido suplantada, es una madre insegura del amor que entrega a su hijo y ve a la pareja
de aquél como su gran rival.
De modo que alguien con
alta autoestima, seguro de lo que hace y entrega, que cumple consecuentemente
con sus deberes como madre, hijo, esposo... nunca sospecha que alguien le
sustituye en los sentimientos, en el amor de esa persona con quien comparte.
Para escapar del efecto negativo de
los celos: ámate y vive seguro de ti; confía en lo que haces, dices y das a los
demás; confía en el amor de las personas con quienes convives; entrégate sin
límites a la persona amada; sé creativo en la demostración de lo que sientes;
sé condescendiente, flexible en la relación; conversa de forma abierta y
tranquila con los miembros de tu familia acerca de tus pensamientos y
criterios; piensa que esa persona de quien sientes celos no es un objeto de tu
propiedad.
Si compartes con una persona celosa: trasmítele seguridad en
la relación; explícale calmadamente acerca del daño de los celos;
hazle ver el valor que tiene para ella ser quien es, así como el valor que
tiene como ser humano para ti; sé suficientemente expresivo; no discutas ni
intentes que reconozca que todo lo que ocurre es consecuencia de los celos.
Cuando los celos son una enfermedad
existe una receta que, si se aplica dentro de una verdadera y coherente
familia, resulta muy efectiva como medio para combatirlos. Es muy fácil: toma
grandes y equilibradas cantidades de amor, de entrega y de comprensión; mezcla
de forma racional los tres ingredientes; consume diariamente el resultado en
varias dosis y sin medida. Así los celos hostiles, los enemigos de las
relaciones familiares, son revertidos en fuerzas positivas hacia el interior
del grupo y únicamente quedarán aquellos celos que constituyen complementos del
amor.
Excelente artículo, muchas verdades en pocas palabras. Felicidades y bendiciones
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