
(Prólogo de "Cómo ser jefe sin dejar de ser humano")
Cierta vez, durante un análisis por incumplimiento de sus tareas, le exigí, o casi traté de imponerle, a uno de mis subordinados que se quitara sus lentes oscuros y que me mirara a los ojos. Pretendía yo buscar con la mayor precisión posible, en su mirada, la causa real de su informalidad laboral. Pero, ante mi mandato, mi entrevistado tuvo una respuesta punzante y resuelta: “No me los quitaré”. De aquel extenso debate salí con una aparente victoria, aun cuando él no se quitó los lentes; sin embargo, al final, el vencedor fue Fernando. Él pudo haber olvidado el incidente unos meses después; yo, aunque han transcurrido más de veinte años, aún lo recuerdo. Unas horas después del marchito debate, llegó uno de los peores momentos de mis relaciones con personas a las que he “dirigido”.